Noche del domingo.
Esta entrada va a ser fácil de escribir: hoy no ha pasado nada. Estos días en Cartagena son de vacaciones. Ya termina el viaje (de un idiota) y con este ambiente caribeño y este calor que se puede cortar con un cuchillo, o con la uña larga del dedo meñique, como si fuera mantequilla, no apetece hacer nada.
Y esa nada se traduce en: levantarse, ducharse, salir a desayunar, andando muy despacio, volver al hostal, ducharse, sentarse un rato en el patio y charlar con alguno, salir a dar una vuelta y sacar unas fotos de las casas y de las calles, volver al hostal, ducharse, tumbarse un rato en la cama y hablar con alguno de los de la habitación, salir a dar una vuelta y sentarse un rato en un Internet con aire acondicionado, volver al hostal, ya atardeciendo, ducharse, juntarse con los del patio y/o los de la habitación y preguntar qué planes tienen para unirme a alguno de ellos. Y a ser posible que cada uno de los paseos sean en el centro amurallado o el barrio del hostal.
Así que esta noche, la del domingo, me he juntado con los dos Ben, el affleck y el alemán, y nos hemos ido a buscar una parrilla argentina. Por las calles del centro ambiente dominguero. Parejas de turistas -extranjeros y locales- arreglados, tipo verano -pantalón de lino y camisa con el segundo botón abierto, él, vestido de tirantes y chanclas las jóvenes, y pantalón de lino y zapatos finos con blusa las mayores- algunos paseando a pie, otros paseando en los carros de caballo. La luz es amarillenta, y se respira a verano adormecido, aunque hecho en falta el olor a crema bronceadora y a crema hidratante. Todos recién duchados.
Nos juntamos con alguien mas, amigo o conocido de Ben, el alemán, londinense llamado Steve, y que, como novedad en este viaje, es un currante de sistemas de información que está por una semana en Bogotá por trabajo, y se ha venido el fin de semana a Cartagena. Parece que no todo el mundo está dando la vuelta al mundo.
La parrilla es extremadamente cara: pagamos habitualmente 5.000 pesos (2€) por un menú completo, y aquí cualquier plato, sin nada más, cuesta 40.000 (16€). Acabamos en una pizzería, que no es tampoco barata, pero vale.
Conversación sobre mujeres. Somos todos pollos, es lo que hay. Ben, el alemán, tiene una cita mañana con la chica colombiana de anoche. Tiene 20, no entre 16-18 como pensaba yo. Él tiene 22, así que todo es correcto. Anoche después del club se fue a la habitación de la sueca. No pasó nada del otro mundo, pero algo pasó. Un maestro. Él no quería contar nada, pero se lo hemos sacado. Lo de la cita lo sabe todo el hostal.
Tengo que hacer un paréntesis para decir que Ben, el alemán, me cae genial, es una de esas personas que se hace amigo de todo el mundo, siempre sonríe, y parece que se lo pase bien todo el tiempo.
Al finalizar la cena entra en el local Mat el londinense, acompañado de otros 6. Le pregunta a Ben por su cita. Es el grupo con el que va a viajar el martes hasta Panamá en un barco por 6 días, y se están conociendo. Una de las chicas es espectacular, de esas rubias de revista. Ben rápidamente le dice algo. Un genio.
Nos vamos para el hostal. Todo el mundo se ha empapado del ambiente a domingo noche. Llegando en la esquina nos encontramos con Silke, Sarah y alguien más que están cenando en el Havana. Sarah y yo cogemos el mismo avión hasta Bogotá, así que quedamos para mañana.
En el hostal charlo un rato con un chavalín y dos chavalinas de origen diverso que están trabajando en una ONG en Bogotá. Me hacen la pregunta que me han hecho por lo menos 10 veces en el viaje: «¿Y cómo es que sabes hablar inglés? Pensé que en España nadie lo hablaba«. Se ve que corre esa leyenda y si lo hablas es por algún motivo especial. Para explicar lo que pasa me invento una historia sobre Franco, la educación, Europa, el euro y la peseta, las playas y los alemanes. Y menciono de paso la quiebra de las escuelas de inglés, a Aznar, los rumanos y paquistanís y la inmigración en general. Ahora solo espero que se lo cuenten a sus amigos y me llegue la historia de vuelta, como esos emails de Pedrito necesita un transplante, díselo a 10 amigos. No solo hay que saber improvisar en la música.
Me voy a la habitación y los dos Ben ya duermen. Hago un esfuerzo sobrehumano para no apagar los ventiladores. Cuando vuelva a casa tengo que salir de viaje con alguno de mis amigos a un lugar con mucho calor y con ventiladores, para quitarme la espina clavada.
«La parrilla es extremadamente cara: pagamos habitualmente 5.000 pesos (2€) por un menú completo, y aquí cualquier plato, sin nada más, cuesta 40.000 (16€). Acabamos en una pizzería, que no es tampoco barata, pero vale.»
¡Mi reino y mi caballo por una parrillada argentina! (Matá el caimán que tenés en el bolsillo Alex!)
Una parrillada argentina en Colombia igual no es lo mismo. Además, mis acompañantes tampoco estaban dispuestos a soltar.