Noche #45

Noche del martes.

Después de mi aventura de 6 horas de bus ida y vuelta a Chivay, aún llego de día a Arequipa. Ventajas de madrugar tanto. Paseo un poco por la plaza y meriendo un trozo de tarta de chocolate y un zumo de naranja.

Al oscurecer vuelvo al hostal y charlo un rato con una australiana que ha estado en Ecuador. Solo me habla de Guayaquil y de Quito. Tengo que esperar un par de horas para coger el bus hacia Nazca, así que vuelvo a la plaza de armas a dar otra vuelta.

La Universidad de San Agustín tiene una exposición de arte, y la visito. En el piso superior de uno de los edificios de arcos de la plaza hay venta de libros de saldo, así que voy a echarle un vistazo y acabo comprando cuatro minilibros de ejercicios de álgebra, química, física y deducción matemática. Ha sido un impulso, me han llamado la atención, los he cogido y he sentido esa emoción ya perdida por las matemáticas. Me han venido muchos recuerdos del colegio, y he tenido que comprarlos, para ojearlos en las largas horas de autobús y de espera.

He vuelto a regresar al hostal, esta vez despacio para despedirme de la ciudad, que al atardecer y sobretodo esta noche, ha sido más hermosa, más emocionante.

A las 21:30 subo al autobús que me llevará a Nazca en 9 horas. En el asiento de delante un tipo de Vigo, de unos 40 años, con voz de cazalla y acento gallego, y con una novia inglesa bastante bonita. Viven en Londres. Me quedo con las ganas de saber más, de charlar más tiempo con él, porque parece un personaje con una historia que contar.

Llego a Nazca a las 6:30, aún de noche y bastante cansado. El de Vigo desaparece con su novia tras darme la mano.



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