Noche del sábado.
Y como cada sábado, noche perdida. Por la calle un montón de gente, tanto locales como turistas, oliendo a recién duchados, gomina en el pelo (los locales) y pantalón tapioca planchado (los turistas). Gente ofreciendo chupitos, gente ofreciendo drogas, gente con tres móviles y un cronómetro ofreciendo llamadas, gente ofreciendo gorritos de lana y muñecas de tela, un padre tocando el arpa -mal- y su hijo bailando sonriendo, de nuevo gente ofreciendo drogas, etc.
Y yo que no me aguanto ni de pie. Me he levantado a las 4, con Martina y Theresa, para estar a las 5 en la estación y comprar los billetes para el Machu Picchu. Luego 5 horas de tren, 1 hora subiendo la montaña -las chicas han tardado 20 minutos más y me han odiado todo el día-. Luego 3 horas pateando la ruinas. 4,5 horas más de vuelta y al final, a las 21.30 en Cusco.
Hemos quedado con Natalie, ya que hoy es la última noche juntos. Natalie hace una ruta por el valle perdido y el Machu Picchu de 3 días y luego se queda un mes en Cusco colaborando en una escuela (es maestra de inglés). Yo me voy mañana por la noche en el bus a Arequipa y las chicas se quedan un par de días mas. Perú era nuestro destino común y ahora ellas quieren parar un poco, para luego irse Lima y a Río de Janeiro, a la playa.
Cenamos en una trattoria italiana y no nos tomamos ni una copa. Yo estoy hasta deprimido de los 3 días sin descanso que me he pegado, viendo amanecer en Isla del Sol, pateando Cusco y hoy Machu Picchu. Necesito dormir para aprovechar mañana mi último día en Cusco.
A las 11 en la cama. A las 6 de pie. No hay forma de dormir más. Y a las 11 hora española, el problema de siempre.
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