Noche del miércoles.
Un reencuentro con las primeras noches de los primeras días. Hostel con bar y gente jugando a las cartas, navegando por Internet o bebiendo cerveza. Yo prefiero dar una vuelta para descubrir que todo esta lleno de estudiantes llenando todas las terrazas, en este verano que no acaba de términar y que ya tenía que ser invierno.
Como un par de panchos completos con 2 salsas y patatas fritas de esas muy finas. Hablo con las camareras que se ríen de mis tonterías y de mi acento. Es extraño ser yo el que tiene acento, y no ellos.
-¿Quieres un sorbete?
-No, gracias, creo que tendré bastante con la cocacola.
-El sorbete es para beber la cocacola (una pajita, vamos).
Paso un par de horas en un Internet copiando las fotos y poniéndome al día con el blog.
Regreso al hostal y las 3 niñas israelís que se parecen a las hermanas del Andreas están leyendo y escribiendo sus diarios. Con la luz encendida y un ventilador. Me entran ganas de explicarles eso de que yo no puedo dormir así, que me ahogo con el aire, pero pienso que voy a tener que empezar a eliminar algunas de mis manías.
Me pongo los tapones, me cubro los ojos con el pañuelo y digo «good night«.
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