Recuerdo la primera vez que sentí la fantasía del deseo, la primera vez que inventé una vida.
No recuerdo exactamente que edad debía tener, pero debía ser entre los 10 y los 12 años. Era la época en la que en verano iba a trabajar con mi padre. En realidad no trabajaba, simplemente le acompañaba a las casas en las que estaba haciendo reformas y me encargaba de darle las herramientas; la escarpa, la maceta, el metro, el plomo, etc; y de ir, corriendo, a buscar el agua, la coca cola y la cerv:za al bar más cercano. También me encargaba de encender los cigarrillos. Eran cigarrillos fortuna que un buen día mi padre dejó de fumarlos y se pasó al puro (Montecristo número 2).
En aquella época en la que acompañaba a mi padre solíamos ir a pisos de Barcelona o a casas de los alrededores, de urbanizaciones que ahora son pueblos o ciudades, pero que entonces solo eran solares apestosos, generalmente en pendiente, con algún pino y el sonido de los grillos. El terreno de los obreros que soñaban con una segunda casa de fin de semana.
A mi me gustaba ir a los pisos de la ciudad, mi ciudad, porque me permitían levantarme más tarde e ir en metro o en bus. Generalmente estaba con mi padre hasta el mediodía. Ir a trabajar suponía 2 cosas: tener algo de dinero para comprarme dulces y, en cierta manera, inculcarme la cultura de que somos obreros y necesitamos trabajar. No podemos irnos de vacaciones si antes no hemos trabajado.
La primera vez que recuerdo haber sentido deseo, o una especie de fantasía infantil, fue en uno de esos días que acompañaba a mi padre. Era por la tarde, estábamos reformando un baño y ya era de noche. Estaba tremendamente aburrido sentado en el baño esperando a que mi padre terminara con el sifón de la bañara.
Me estaba adormeciendo cuando por la ventana de respiración llegó el olor a jabón y el vaho de la ducha de una vecina. Era una chica joven, por la voz, que mientras se duchaba cantaba. En ese momento sentí el deseo de conocer a esa persona. Imaginé que debía ser hermosa. La imaginé con cuerpo blanco y su pelo mojado. No imaginé ni cara ni formas, mi imaginación en aquel momento no tenía conocimiento de esos detalles. Pero sentí el primer deseo que puedo recordar. Deseé estar allí, en aquella ducha, quitarme la ropa sucia de andar jugando con la arena y el cemento, deseé estar limpio y repeinado.
También imaginé toda una vida alrededor de ese olor. Imaginé su habitación con la colcha de colores y los posters de cantantes en la pared, las pegatinas de corazones de purpurina en el armario. Imaginé en salón de su casa con sofás de cuero, con la foto de militar del hermano encima de la televisión. Imaginé los marcos de madera y la cocina de color blanco. Imaginé a su madre friendo las patatas para la cena y esperando al padre que volviera de trabajar con la mariconera debajo del brazo. Un padre con bigote, como el mío, como todos los padres debían tener.
Desde entonces he tenido muchas fantasías, y he inventado muchas vidas. Inventé tanto que tuve grandes decepciones, nunca la realidad llegó al nivel de los soñado, nunca el padre aparecía con su bigote y su mariconera debajo del brazo, nunca fueron tan hermosas como mi imaginación, y nunca hubo una foto con el hermano vestido de militar encima de la tele.
Aún así nunca he dejado de imaginar y de inventar. Me sigue gustando. Pero he aprendido a dejar las fantasías en el terreno de los sueños, y dejar que la realidad me sorprenda.
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