Valle del Colca

Hoy he visto amanecer desde un autobús.

He visto montañas que parecían animales tumbados y casi podía sentir su respiración. He visto una colina partida por una carretera.

He visto la vía del tren recorriendo los valles e he imaginado las estaciones de paso, vacías, con una campana indicando la llegada, sin nadie esperando, sin pasajeros que se bajen, sin abrazos ni besos, sin despedidas, sin maletas perdidas.

He visto una fábrica con depósitos y tubos, camiones y polvo, que se hacía hermosa en el reflejo de las ventanillas al alejarse.

He visto terrenos vallados de color blanco, con carteles de «se vende«. He visto la carrocería de un autobús abandonada. He visto nieve y cactus.

He visto Chivey y he olido a campo y a ovejas. Me he acordado de Villahermosa del Campo, de color anarajandado en mi memoria, del color del barro, de avejas en los muros, de charcas con renacuajos y descampados áridos, de como años después al volver de Galicia paré con mis padres y no reconocí nada de lo que guardaba en mi recuerdo, que ni existía la cuesta que había inventado, y el pueblo era verde y blanco. Y como inmediatamente borré esas imágenes y volví a conservar las de color anaranjado.

He visto bailar wifalda en la plaza. Con los niños vestidos de mujer para representar la historia de un hombre enamorado de una chica de un pueblo rival que se disfraza para raptarla.

He visto a niños paseando vicuñas con un lazo.

He visto el mercado y comprado pan. He visto a las mujeres vestidas con faldas de colores y blusas y gorros de tela de color blanco con bordados dorados.

He usado un mototaxi para ir a la terminal de autobuses por 0,25€.

He visto, en fin, un montón de cosas que no esperaba, pero no he visto lo que realmente quería ver: El Valle de Colca, con el cañón más profundo del planeta. Y no lo he visto porque después de levantarme a las 5:30, coger el bus de las 6, 3 horas de viaje y llegar a Chivay, el bus al valle justo había partido, y el siguiente era a las 11, llegando a las 13, y el de vuelta del valle al pueblo era a las 13, así que si lo cogía no podía volver a Arequipa. Así que de nuevo esto es lo que he visto del valle: NADA.

Pero esta vez me alegro de haberlo intentado, porque sino no hubiera visto todas estas cosas, ni me habría acordado de los veranos en Zaragoza, de la responsabilidad de conservar estos recuerdos, para que no se pierdan. Porque nada muere del todo mientras haya alguien que lo recuerde. Aunque sea un recuerdo irreal.



2 Comentarios

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  1. Es curioso, y vivo en Galicia y soy de León. Aunque mi pueblo está en la frontera con Zamora, lo recuerdo de arcilla y de barro sigue siendo.

    Parece que cuando vuelvas de tu viaje ya no serás el mismo.

    Ánimo

  2. Uno cuando vuelve a los pocos días sigue siendo el mismo de siempre. La misma casa, los mismos amigos, el mismo trabajo, la misma lluvia y el mismo sol.

    Por lo menos por unos pocos días piensas que algo va a cambiar. Es como la promesa de dejar de fumar o de ir al gimnasio de cada fin de año. Nunca se hace.

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