Noche #54

Noche del jueves.

He pasado 5 horas sentado al lado de un tipo en el autobús. He dado por hecho que era extranjero. Yo estaba sentado antes que él, así que al entrar en el bus y sentarse a mi lado sin saludar he pasado de darle conversación. Me ha parecido alguien que iba a su rollo y que me ignoraba.

Al llegar a Cuenca he tirado por mi lado para encontrar un micro hacia el centro y he vuelto a coincidir con él, y al oirle hablar me he dado cuenta que era español.

-¿Eres español? – he preguntado.
-Vasco – ha contestado.

El del bus nos han dicho que nos bajáramos que era la parada, bastante lejos del centro, así que hemos caminado un rato juntos. Poca conversación.

Cuando nos separamos le pregunto el nombre. Ander. Me asombra como se puede ser así de soso. He leído en el bus un libro en castellano, he escrito en castellano, e incluso he realizado comentarios en voz alta de la película de Van Damme en castellano. ¿Cómo puede estar 5 horas al lado mío y no abrir la boca, aunque sea por curiosidad?. La verdad es que esto de los vascos y los nacionalismos fuera de España me resulta un poco extraño. ¿Somos tan diferentes? ¿Es tan malo ser mi vecino?. Quizá fuera simplemente un tipo cansado y sin ganas de hablar.

He llegado al hostal «El cafetito» a las 22:15. Es un bar y un hostal. Mi habitación está en la misma sala donde está el bar. Es un dormitorio de 5 pero estoy solo.

En el bar parejas y grupos de amigos locales. Consigo una mesa en una esquina e intento atender a lo que sucede a mi alrededor. Desde mi rincón soy como un buitre al acecho intentando inventar historias. Bebo mi cerveza de 600cl Pilsener y ceno una ensalada.

Centro mi atención en una mesa donde hay un dandy que parece el hermano tonto de Orlando Bloom, con una camisa de color fucsia y una americana negra, que parece de terciopelo. Está con dos chicas. La que puedo ver parece americana: carita regordeta, pelirroja, pecosa, con peinado de los de estoy esperando en el porche de mi casa a que me venga a buscar mi novio de este curso para ir a la fiesta de graduación y me traiga, además de una reserva de hotel para más tarde, una flor que me pueda colocar en la muñeca. A la otra no la puedo ver porque está de espaldas pero lleva un peinado bien español de los de moño y pelo apretado, y unos pendientes colgantes, también bien flamencos. Lleva un vestido azul con los hombros al descubierto. Ellas beben mojitos y combinados. Él un vaso de agua.

El tipo parece conocer a todo el mundo, y se levanta varias veces a saludar con el palma-puño. La música está alta, y no puedo escuchar la conversación.

Llega un nuevo grupo de amigos locales y se sientan al lado mio. Una de las chicas del grupo me pide una silla y pregunta porqué estoy solo. Me doy cuenta que soy el único que está sentado solo. Y supongo que desde fuera debo parecer, efectivamente, una especio de buitre al acecho de historias que inventar. «Acabo de llegar«, le contesto. Y empezamos a charlar.

Se llama Mónica, habla muy dulce, aún no sé como es el acento ecuatoriano. Me cuenta un poco sobre los lugares a visitar en Cuenca y sobre el cine ecuatoriano. Hay que ver «Ratas, ratones, rateros» y «Qué tan lejos«. Charlamos hasta el cierre del bar, a las 12. Salvo la mínima conversación con el vasco, no he hablado con nadie en todo el día, así que la conversación, además de interesante, me resulta un regalo para este final de día.

Cuando las sillas están encima de las mesas y ya no hay nadie, ando los 5 metros hasta mi cuarto y me meto en la cama que me justa de tamaño. Me cuesta dormir. Tengo sueños extraños y surrealistas. Debe ser de nuevo la altura.

Al final no pude inventar nada para el hermano tonto de Orlando Bloom.



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