Cuenca

Esta Cuenca no es la Cuenca a la que el perdedor de Pablo, el personaje de Coque Malla en «Todo es mentira«, quería ir siempre que algo le salía mal. No es la Cuenca de casas colgantes con un hippie vendiendo pendientes de color azul en su parada, que podría haber sido yo en una de las vidas paralelas que a veces imagino mientras estoy sentado en un banco en el parque. Es mejor imaginar vidas paralelas que estar echándole miguitas de pan a las palomas, como los abuelos. Debería estar prohibido por civismo, igual que está prohibido orinar en las farolas.

Esta la Cuenca de Ecuador, la que los españoles le robamos a los incas en 1953, pasando de ser la segunda ciudad del imperio a ser, actualmente, la tercera en tamaño del país.

En esta Cuenca, a diferencia de la otra Cuenca no hay cuestas, pero si hay el parque nacional Cajas, y el río Tomebamba. En la otra Cuenca, no es esta, hay dos ríos, el Júcar y el Huécar, y pisadas dibujadas en las calles para llegar a los lugares importantes. En esta Cuenca, no en la otra, hay calles de adoquines, edificios históricos como la catedral de la Inmaculada Concepción y «casas con fachadas de estilo republicano que hacen notar las diferentes influencias europeas con nobles balcones y cielorrasos tallados artísticamente» (esto lo he copiado tal cual de Wikipedia). En la otra Cuenca, no en esta, los edificios son medievales y los habitantes se llaman conquenses. En esta Cuenca, no en la otra, se llaman cuencanos y/o morlacos.

En esta Cuenca, y en la otra, se está tranquilo, se puede pasear, se puede descansar en un banco y respirar, se puede ver el cielo azul y las nubes, y se puede hablar castellano.

Fotos aquí.



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